Te busqué durante toda mi vida pero jamás supe hallarte.
Ni en las palabras del sacerdote, ni en los
ojos del hombre, ni en la Tierra, ni en el aire. Te busqué en cada flor de los jardines, en los bosques, en los estanques, en cada semilla y en cada estrella, en los recién nacidos, y también en sus madres.
Te busqué entre las sombras del río, en el azul de los inviernos, en las plazas y calles, en cada fuente
de agua helada, en las copas de vino y en los panes.
Te busqué en silencio y a gritos, pero jamás supe hallarte. En libros, poemas y canciones, en películas
y obras de arte, te busqué entre mis bolsillos, en la puesta de sol de alguna tarde, en golondrinas
solitarias, en palomas y en gavilanes, busqué donde crecen los otoños, allá, en la niebla de los
parques, en las pupilas y en las arrugas, en enfermos y hospitales, en cementerios y circos, en cada
herida y cada gota de sangre, en cada olivo de cada huerto, en el cielo infinito y entre los sauces, en la
radio y navegando, en las alas de todas la aves, en la risa de María, en el llanto del desastre, en la voz
del amigo, en la fe del caminante.
Te busqué para ofrecerte mis manos, pero jamás, jamás supe hallarte.
Y es que te busqué sin saber que vivías entre mis huesos y mi carne. Dentro, muy dentro del pecho, en mi corazón, en mi cárcel.
Y ahora sé que no era yo el que te buscaba, sino tú el que querías encontrarme.
Tú, a mi lado siempre, justo en mis entrañas, colgado entre mis ojos, en lo más profundo, en mis naves, hecho ternura y silencio, luz que me ilumina, alba y ocaso, madrugada y amante.
Pero es que nunca pude entenderlo, porque siempre andaba por otros mares, lejos del perdón y del
alma, ¡maldita sea!, muy lejos,buscando tu abrazo en otras partes.
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